martes

de Adan y Eva




No ha habido tantas revoluciones que realmente cambiaran el mundo. Por lo tanto, tampoco tantos revolucionarios. Y, a la mayoría de ellos, la historia no los considera de tal modo. Dejando aparte la connotación más actual de revolución como cambio brusco en un sistema político (tema interesante por lo demás), ahora hablo de revolución como cambio acelerado en la humanidad.


Lutero cambió unos dueños por otros; Newton no consiguió llegar a ver los desarrollos que aquella manzana llevaría a la técnica; Adam Smith poco menos que racionalizó los sistemas económicos que caían por su propio peso…

En realidad, a mí me encanta la terna Copérnico/Kepler/Galileo (por cierto que Copérnico estudio derecho, matemáticas, filosofía y griego, y en su vida fue matemático, astrónomo, jurista, físico, clérigo católico, gobernador, administrador, militar, diplomático y economista. ¿Quién dijo ciencias o letras?). Esos les dieron duro a los curas de la Tierra como ombligo del universo. Concepción científica que abrió la primera brecha en el poder terrenal de los hijos de San Pablo.

Ahora se les llama científicos. Entonces, a Galileo se le llamo hereje.

También me mola Marx. De nuevo, el materialismo histórico comenzó a hurgar entre las bases del sistema todavía dominante. En doscientos años, las filosofías marxistas han conseguido confrontar un sistema económico perfeccionado durante más de cinco mil años en sus diferentes etapas.

Pero mi preferido es Darwin. Me imagino la cara de sus colegas, de la iglesia, incluso su madre renegando de él, cuando escribió aquello de que venimos del mono. A tomar por saco la costilla, la manzana y la hoja de parra.

Ahora se le llama científico. Entonces, se le llamó de todo, menos guapo.

Y todo esto viene a cuento de una historia que me han contado hoy.

Pueblo de Aragón. No pequeño precisamente. Una profesora de música recibe una notificación de la jefatura de su instituto. Le citan con una madre. Los motivos que dice la nota que aduce la madre para quedar con ella, de manera bastante textual, son los siguientes: “Quiere quedar con la profesora para que deje de decir que venimos del mono porque venimos de Adan y Eva, para que deje de decir mentiras y que se calle la boca”.

La fecha de esa notificación es, sorpresa, sorpresa, 15-12-2008.

Parece mentira. Hace dos siglos se persiguió a científicos por evolucionar las teorías que hoy permiten a las monjas conectarse a Internet, a los curas de África salvar vidas con vacunas, a los Papas vivir hasta los noventa años… Y aún se sigue haciéndolo.

Todavía quedan personas que se juegan una raja en las ruedas del coche, una crisis de nervios en su trabajo, el desprecio de sus alumnos, por enseñar teorías de hace ciento cincuenta años.
Propongo que salga una ley que diga que cada cual puede venir de donde quiera, y así todos estaremos tan contentos. Quien lo desee puede venir de Adan, de Eva, de la vecina bastarda del Paraíso izquierda, de una botella de Pepsi…

Yo lo tengo claro. Yo vengo del mono.

De uno bien feo además.

jueves

Encuentro de la asociación Guayente (Conjunciones)



Debe tratarse de una consecuencia de la especialización. O de una degeneración del ser humano. La cuestión es que resulta difícil encontrar en estos días una serie de conjunciones en las personas.
Raramente los escritores que merecen la pena alcanzan el reconocimiento. Y más raros son los casos en que esos escritores encima son divertidos de la leche. Ya no queda gente que pueda maravillarnos en dos campos tan cercanos como la pintura y la poesía. O no aparecen técnicos públicos con espíritu emprendedor o hay que buscar con lupa para encontrarnos una sonrisa detrás de la recepción de un hotel.
Pues tengo mucha suerte. El fin de semana pasado, en medio de una nevada de ensueño, satisfecho de chocolate, cochinillo y boletus, me encontré todo eso.
Aprendí.
Y me dije: leche, claro, poesía, ¿cómo no pude caer?
Gracias Lola, Marisa, Carlos, José, Patricia, Emilio y todos los demás…
No hay nieve que tape ya esa carretera.

PD: Incluso hice reír a una mujer hasta que casi se atragantó.
Fue anecdótico, claro, pero, como dicen en mi barrio: ¿Que no o qué?
En la foto, Carlos, al alimón con Jose (no sé si haciendo o deshaciendo, un muñeco de nieve). Al fondo el Hotel Plaza de Castejón de Sos (no os lo perdáis)